Vivir el Camino en compañía

Inolvidables días de buena compañía hacia Santiago, con peregrinos que van afrontando todas las dificultades que el camino presenta. Ochenta y cinco peregrinos caminando de mañana, oyendo asombrosas historias sobre legionarios romanos que hollaron con sus sandalias los mismos lugares; de apóstoles atrevidos y valientes que llegaron hasta esta tierra para ellos desconocida llevando su mensaje; como audaces han sido todos los que a lo largo de los siglos han pisado estos caminos en busca de paz y de perdón.

Momentos de silencio en el grupo, tal vez pensando en estos lugares que han sido testigos, también silenciosos: de día, estos parajes han observado a peregrinos y viajeros cansados pero alegres, rezadores; de noche –según afirman Cervantes, Bécquer y tantos otros literatos– estos mismos caminos, son ocupados, por otro tipo de comitiva, la Santa Compaña, que se mueve pesadamente con sus velas y cadenas, penando sus pasadas culpas… Día y noche se cruzan en el mismo camino. Fervor y misterio van de la mano en estas tierras que en el pasado y en el presente invitan a ser caminadas de nuevo. Todos caminando, paso tras paso, pensamiento a pensamiento, hacia la tumba del Apóstol.

En la mochila una credencial que se va llenando de sellos, muchos de ellos curiosos, como las personas que vamos encontrando: un sello hecho con navaja formando el cuño en una patata con la silueta de un burro, otro de un pingüino peregrino, o los más ansiados de todos: en el cuartelillo de Sarria con un Santiago con tricornio, el de Boente, con su Crucificado que baja su mano del madero para perdonar, el del Parador de los Reyes Católicos junto a la catedral de Santiago y otros tantos, que cada uno llevaremos en el recuerdo.

Padres e hijos unidos en el afán de llegar a Santiago. Familias que se hermanan en el propósito de llegar a Compostela. En la mano, un palo que nos acompaña en los tramos difíciles; en la otra mano, quizá una piedra que pensamos dejar en el primer mojón que veamos; y colgada, la vieira, símbolo del peregrino y recuerdo del bautismo.

Ochenta y cinco peregrinos que, paso a paso, desde Sarria, vamos acortando distancias a Santiago. Me asombra ver juntos a padres, alumnos y profesores cocinando, jugando, hablando… o asuntando en una broma a los demás como si se tratara de la Noche de Ánimas. Ese ambiente en los albergues me cautivó.

La cena en Casa Manolo, ya en Santiago, al igual que en otros lugares donde hemos ido recalando, vinieron de maravilla para reponer fuerzas y, sobre todo, fortalecer lazos de amistad.

Santiago: El día que llegamos a Santiago todos íbamos emocionados. Desde que en el Monte del Gozo avistamos la Linterna, una de las torres de la Catedral, que marca el lugar donde está el Sepulcro del Apóstol, pareció que nuestras ganas de llegar se habían multiplicado. Sobre todo, de los más pequeños.

Entrar caminando en Santiago es una sensación única. Primero pasamos por Puerta Europa, donde descubrimos una construcción con esculturas de los personajes peregrinos más ilustres de la historia: Dante y su Divina Comedia; Calixto II y su famoso Códice; Santo Domingo de Guzmán, protector del Camino y fundador de albergues; San Josemaría Escrivá, que hizo posible nuestro colegio en Madrid y que peregrinó a Santiago en varias ocasiones; y San Juan Pablo II, impulsor del Camino en época moderna y que también visitó en dos ocasiones la tumba del Apóstol.

Enfilar la Rua de San Pedro directos a la Catedral, sumergirse en las callejuelas y en sus gentes tan afables, observar las suntuosas chimeneas de otros tiempos y los muros de piedra testigos de los siglos, oír la gaita del joven que ameniza con su ronco la entrada en el Obradoiro, son como pasos del Camino que te llevan ensimismado hasta la misma plaza para contemplar durante un rato y sin aliento la magnífica fachada principal de la Catedral. Más de una lágrima, recuerdos, emociones, abrazos, fotos, alguien disfrazado del mismísimo apóstol se nos acerca… Estamos en Santiago. En esta cabeza a punto de estallar por la emoción se agolpan peregrinos de siglos anteriores, caballeros de la orden de Santiago defendiendo a esos peregrinos, penitentes descalzos, curiosos de todos los tiempos, reyes y vasallos… Y yo me siento parte de esa Historia, con mayúscula, y respiro hondamente, sabiendo que, en unos instantes, como tantos han hecho antes, atravesaré la Puerta Santa, subiré para dar el abrazo al Santo, rezaré en su Sepulcro el Credo que él nos dejó, acudiré a la Virgen de la Corticela a agradecer su amparo a los peregrinos, confesaré mis pecados a pesar de mis apuros y vergüenzas, y lloraré de emoción asistiendo a la Misa de los Peregrinos.

Estoy en Santiago. Mientras espero en la fila de Quintana dos Mortos para acceder a la catedral, saco mi libreta, termino de poner esas letras y, como me siento por un momento embargado por la emoción del Camino, en el que sospecho que también deben habitar las musas, oyendo aún la lejana gaita, escribo una pequeña poesía.


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